1. Vivir este Año Santo de la Misericordia como un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual. Dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. (3 y 25)
2. Cualquiera que entre por la Puerta de la Misericordia podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza. (3)
3. Misericordia es la vía que une a Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados sin tener en cuenta el límite de nuestro pecado. (2)
4. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre: Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios. (1)
5. Los signos que realiza Jesús llevan consigo el distintivo de la misericordia. En él todo habla de misericordia. Leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales. Su mirada estaba cargada de misericordia. (8)
6. En la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama. La misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre… un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón. (6)
7. Dios no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. (9)
8. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros. La misericordia como ideal de vida y como criterio de credibilidad de nuestra fe. (9)
9. Los cristianos estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. (9)
10. Impregnados de misericordia ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios, para que a todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia. (5)
11. «El que practica misericordia, que lo haga con alegría» (Rm 12, 8) (16)
12. La Iglesia debe brindar misericordia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. (10)
13. La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, pero es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre. (12)
14. Donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia. (12)
15. La misericordia no es contraria a la justicia. Dios va más allá de la justicia con la misericordia y el perdón. Dios está siempre disponible al perdón y nunca se cansa de ofrecerlo de manera siempre nueva e inesperada. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza. (21 y 10)
16. María, la Madre de la Misericordia, atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir ninguno. Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. (24)
Por Gracia Mayoralas Palomo