Unos magos que venían del Oriente... vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra... (Mt 2, 1-12). En estos dones se han visto simbolizados la realeza (oro), la divinidad (incienso) y la pasión (mirra) de Cristo. Los magos reconocen el gran regalo que Dios ha realizado a la humanidad, al darnos a su Hijo hecho niño en Belén. Siendo nosotros pecadores, estando nosotros perdidos y sin luz, Dios nos da a su Hijo. Cristo es el gran regalo que recibimos los cristianos en Navidad.
El amor nos es dado por Dios para entregarlo a los demás. En el regalo manifestamos el amor hacia el prójimo. Aunque hay regalos que pueden hacerse sin amor, sin generosidad, o por egoísmo de esperar recibir algo a cambio. Por tanto, no es tan importante la cantidad de regalos, ni el valor del regalo. Es más importante que en el regalo expresemos nuestro amor hacia el familiar, el amigo, el pobre.
La multitud de regalos nos pueden hacer egoístas. Uno puede llegar a valorar más las cosas que le regalan que a quién nos las regala. Por ello, desde Cristo que se da a todos, especialmente a los más pobres, nosotros debemos dar regalos de ternura, comprensión, perdón, cercanía, amor, especialmente con los más necesitados y sobre todo darnos nosotros. Para así, no esclavizarnos por las cosas y servir al amor verdadero, como aquellos magos que adoraron al Niño Dios, y le ofrecieron en aquellos dones sus humildes personas.
Por Antonio Ruiz García, publicado en Con Vosotros de 3 de enero de 2016