¿Qué son las «inmatriculaciones»?


Últimamente se habla mucho de las inmatriculaciones y eso que durante siglos nadie había puesto en cuestión la propiedad de muchos edificios porque era evidente a quién pertenecía la catedral de Burgos o una pequeña ermita “perdida” de cualquier pueblo por poner dos claros ejemplos. Lo mismo sucedía, siguiendo con los ejemplos, con los ayuntamientos y con los edificios públicos. También estos últimos estaban sin registrar. Nadie dudaba de quién eran y de quién son. En el caso de los edificios públicos y de los ayuntamientos, es evidente que del pueblo al que sirven. En el caso de los edificios religiosos, la evidencia es la misma: pertenecían y pertenecen al pueblo cristiano en su conjunto, el de ayer y el de hoy, también pertenecerán a los cristianos del mañana.

En el año 1998, para no colapsar la Administración, se promulgó una Ley permitiendo que la Iglesia pudiera inmatricular sus edificios. Fue una cuestión meramente práctica y burocrática. Se ha legalizado así una realidad que ya existía. El origen y la justificación de este medio inmatriculador lo encontramos en el siglo XIX.

¿Qué ha inmatriculado la Iglesia? ¿Qué ha registrado a su nombre? La Iglesia solo ha inmatriculado aquellos edificios que en su momento construyó el pueblo cristiano con un fin muy determinado: rezar, celebrar la eucaristía juntos, reunirse, etc. Ha inmatriculado, por tanto, también las casas anexas a las parroquias. En 2014, se reformó la Ley Hipotecaria eliminando la posibilidad de inmatricular bienes de la Iglesia a través del artículo 206 entendiendo que ya ha habido tiempo más que suficiente para inmatricular todos aquellos bienes que la Iglesia poseía desde tiempo inmemorial sin título escrito. A veces da la sensación de que la Iglesia hubiese hecho un listado de pisos vacíos y que se hubiera apropiado de locales y viviendas que nada tuvieran que ver con la Iglesia. No ha sido así en absoluto.

Tomemos como ejemplo la tan comentada Catedral de Córdoba: «¡Qué se devuelva!», han gritado muchos. En el siglo IV se construye en los mismos terrenos actuales la Basílica Visigoda de san Vicente, mártir. En el año 785 se destruye y empieza a ser construida la Mezquita. En el año 1236, en vez de ser destruida la Mezquita, reconociendo y valorando el magnífico arte que encierra, se consagra como templo cristiano y es nombrada oficialmente como Catedral de Santa María tras la entrada de Fernando III en Córdoba. En 1882 es declarada, por el rey Alfonso XII, monumento nacional y en 1991 la Junta de Andalucía reconoce la titularidad eclesiástica. Sin la labor realizada por el cabildo durante los últimos 778 años hoy no podríamos disfrutar del templo, un monumento que cada año es visitado por más de un millón de personas de todo el mundo y que, amén de otras virtudes, supone una riqueza económica por su capacidad de generar turismo.