El pasado 10 de septiembre, la comunidad de Fundamentación del Seminario comenzó el curso, llegando el día 12 al Cottolengo de Las Hurdes, una experiencia de oración y voluntariado que concluyó el pasado viernes.
Los Cottolengos fueron impulsados en España por el jesuita Jacinto Alegre (1874-1930), que emprendió la atención directa a discapacitados sin recursos inspirándose en la labor de José Benito Cottolengo. En particular, el Cottolengo de Las Hurdes (Cáceres) se fundó en 1952, propuesto directamente por las Hermanas Servidoras de Jesús.
De este modo, las hermanas llegaron a una comarca que hoy describiríamos como «tercermundista», con un gran número de enfermos debido a la endogamia que se vivía en una zona tan aislada. Los jurdanos explican la llegada del Cottolengo diciendo: «Estábamos abandonados de la mano de todos, menos de Dios».
La comunidad de Fundamentación viajó a este lugar que hoy atiende a numerosos enfermos mentales y físicos, siempre con la condición de que no dispongan de medios para vivir en otro lugar. Junto a cuatro religiosas y el personal, la comunidad participó en todas las labores de cuidado, perteneciendo por unos días a la «familia» del Cottolengo.
El formador de la comunidad, el sacerdote Vicente Díaz-Pintado, explica que la idea del voluntariado en el Cottolengo es propiciar en los seminaristas que descubran la misericordia, viviendo «el amor de obras, no de palabras». De este modo, han seguido el mismo horario de las religiosas, comenzando cada jornada con la oración a las seis de la mañana y buscando después, con el acompañamiento a los enfermos y residentes, la «belleza de la caridad».
La comunidad concluyó la experiencia el 22 de septiembre, regresando a Ciudad Real con la sensación de que el trabajo en el Cottolengo «desestabiliza y cuestiona las seguridades al experimentar cómo poniendo en el centro a Dios, y desde la oración, brota la caridad».