En el Calendario litúrgico particular de la Iglesia en España, está inscrita desde el año 1973, la celebración de la Fiesta de Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, el jueves siguiente a la Solemnidad de Pentecostés. Al celebrar de forma especial la santidad y belleza del Sacerdocio de Cristo en esta fiesta, no solo se anima a los sacerdotes a vivir su sacerdocio ministerial sino que también se alienta a los fieles a intensificar la vivencia espiritual de su sacerdocio bautismal.
El Nuevo Testamento reserva el término sacerdote para denominar a Cristo y a todo el pueblo de Dios que es sacerdotal. Jesucristo es el único sacerdote, que con su sacrificio en la cruz, con su muerte y resurrección, con su ascensión e intercesión, nos ha salvado y abierto las puertas del cielo, instaurando la nueva alianza. Cristo es ante todo mediador entre Dios y los hombres, y su mediación sacerdotal consiste en interceder en nuestro favor. Todos los miembros del Pueblo de Dios, por medio del bautismo, se hacen partícipes del sacerdocio de Cristo, para ofrecer a Dios un sacrificio espiritual y dar testimonio de Jesucristo ante los hombres.
Mediante el Bautismo, todos hemos sido configurados con Cristo Profeta, Sacerdote y Rey. Nuestra vida es sacerdotal en la medida en que, unida a la suya, se convierte en una completa oblación al Padre. Es una impronta del Espíritu Santo en nosotros que marca y configura cuanto somos y hacemos. Cada circunstancia que vivimos, cada momento de la jornada, cada actividad, cada trabajo, son materia más que suficiente para ofrecerla a Dios, realizándola y viviéndola en su Amor. Es de suma importancia captar esta dimensión sobrenatural de la realidad cotidiana; elevar al plano sobrenatural lo cotidiano, lo ordinario para consagrándolo todo a Dios.
Por Juan Carlos Fernández de Simón Soriano, publicado en Con Vosotros de 24 de mayo de 2015.