En la imagen tenéis a los seminaristas de nuestra diócesis, que serán nuestros futuros sacerdotes. Son jóvenes de tu tiempo, participan de la forma de ser propia de su edad y, sin embargo, demuestran una gran calidad humana que cultivan en la fe. ¿Qué tienen de especial para estar en el Seminario? En la fotografía aparecen 19, y hay dos más que viven en una parroquia, preparándose para su próxima ordenación sacerdotal. En total, por tanto, son 21: ¿qué haría falta para que algunos jóvenes más puedan unirse a ellos, y llegar a 30, o a 40 seminaristas? ¿Qué hace falta para que un joven pueda plantearse la vocación sacerdotal?
En primer lugar, un joven puede plantearse ser sacerdote si tiene fe en Jesús. El mensaje de Jesús y su obra de salvación responden a las preguntas fundamentales de la vida humana. Tener fe no es tan solo sostener unas ideas o mantener unos gustos determinados. La fe en Jesús es respuesta a la inquietud humana y apuesta por un mundo nuevo. La fe siempre ha sido cosa de jóvenes que, fiándose de Jesús, no se conformaban con las situaciones recibidas y no temían avanzar a contracorriente. Siempre que haya fe, se mantendrá en los jóvenes la posibilidad de preguntarse si el Señor los llama a ser sacerdotes.
Para que un joven se plantee si puede ser sacerdote hace falta, además, que tenga mucha generosidad. Solo un joven con un corazón generoso puede plantearse una vocación de dedicación a los demás, frente al estilo de vida egoísta, que persigue el beneficio y el interés personal, que se fomenta en nuestras sociedades, incluso entre los cristianos. Frente al olvido de lo común y frente a la apatía ante las causas más nobles, la vocación requiere capacidad para pensar en los demás con gratuidad, e inquietud por lo verdaderamente humano, que a veces pasa desapercibido. Esta generosidad se necesita para plantearse hoy la vocación sacerdotal.
Puede querer ser sacerdote también un joven que tenga un vivo espíritu de compañerismo. Ser sacerdote es compartir una misión con otros compañeros, entusiasmados también con la palabra y el proyecto de Jesús y llamados por Él. El sacerdote tiene la misión de reunir a la comunidad cristiana para compartir con los cristianos los grandes momentos de la vida. Para plantearse la vocación se requiere, por eso, una gran capacidad de relación y comunión con los demás, una voluntad firme de tejer auténticas amistades.
Finalmente, para que un joven quiera ser sacerdote tiene que encontrar en su entorno un apoyo sincero, entre su familia, en sus amigos, en su comunidad cristiana de referencia. Para que un joven quiera ser sacerdote, en su entorno tienen que ayudarle a reconocer que siguiendo el proyecto de Jesús podrá ser feliz, aunque tenga que afrontar dificultades. Sus amigos tienen que hacerle ver, sin palabras, que aprecian su generosidad y su valentía. Tiene que encontrar ánimo en la admiración de los otros jóvenes cristianos. Tiene que notar que toda la Iglesia le mira con esperanza.
La vocación al sacerdocio no es cuestión de valía, de cualidades o de fortaleza personal: el Señor siempre suple estas limitaciones. La vocación es sobre todo cuestión de fe, de compañerismo, de generosidad. Es una respuesta, pero es también una opción. Y así, un pequeño paso puede convertirse en la historia de una vocación, como ocurre con nuestros seminaristas. Su generosidad es nuestra esperanza.
Por Juan Serna Cruz, rector del Seminario