El 10 de mayo se celebró la fiesta de san Juan de Ávila en nuestra diócesis. En la misa que presidió el obispo en la catedral se reunió la mayor parte del presbiterio diocesano, en un acto en el que se homenajeó a los sacerdotes que celebran este año las bodas de plata, oro y diamante.
En la homilía, don Gerardo dio gracias por los años de entrega de todos los sacerdotes, refiriéndose de manera especial a los que este año celebran veinticinco, cincuenta o sesenta años de la ordenación, así como a Pedro Roncero, que el pasado 1 de abril cumplió cien años.
La primera razón por la que nos reunimos, dijo don Gerardo, es celebrar al patrón del clero secular, san Juan de Ávila, «un santo tan cercano a nosotros porque nació en uno de nuestros pueblos, Almodóvar del Campo». El segundo motivo es «dar gracias a Dios por estos hermanos nuestros que este año celebran sus bodas sacerdotales, un canto a la fidelidad al Señor desde su ordenación sacerdotal hasta hoy».
Juan de Ávila vivió su sacerdocio desde el amor de Dios, «amor que fue en todo momento lo que lo animó a entregar su vida […] y cimentó su vida sacerdotal porque, en el amor de Dios y del amor de Dios, sacó siempre las fuerzas necesarias para ser un verdadero apóstol de su tiempo y un verdadero modelo en el que fijarnos los sacerdotes de todos los tiempos a la hora de vivir nuestro ministerio sacerdotal», dijo el obispo.
Continuó hablando de la importancia del mensaje que nos deja san Juan de Ávila a todas las épocas, y hoy especialmente porque «vivimos en un momento de nuestra historia en el que el hombre se ha colocado en el centro del universo, queriendo desplazar incluso a Dios de la vida y profesando un humanismo ateo, resaltando tanto lo humano que olvida y margina a Dios». Este es un fenómeno que se vivió en tiempos de san Juan de Ávila, explicó don Gerardo, subrayando que el maestro Ávila mostró en su tiempo que la preeminencia de Dios como fundamento es la garante de la plenitud de lo auténticamente humano. El auténtico humanismo no desplaza a Dios, sino que lleva a encontrarlo en su interior para llegar a ser hombres nuevos.
Para san Juan de Ávila el amor de Dios no es un tema, es una persona
En este discurso que el Doctor de la Iglesia propone sobre la relación del hombre con Dios, el obispo explicó que «Juan de Ávila es un verdadero enamorado de Cristo crucificado. Al Cristo que muere por amor, Juan de Ávila lo contempla a través de la Palabra de Dios, lo celebra en la eucaristía y los sacramentos y lo anuncia por medio de la predicación y la catequesis para ser vivido según el modelo de las Bienaventuranzas y del mandamiento nuevo, y lo vive personalmente desde las exigencias evangélicas. Para san Juan de Ávila el amor de Dios no es un tema, es una persona. Es el Hijo de Dios hecho nuestro hermano en quien se nos ha revelado Dios como amor para la salvación de todos».
Al igual que el amor fue lo que movió la vida de san Juan de Ávila, «nuestro sacerdocio y nuestra entrega ministerial encuentran su razón de ser en el amor de Dios y en el amor que Dios nos tiene. […] Ante el testimonio de san Juan de Ávila tenemos que revisar nuestras motivaciones más vitales, qué es lo que nos mueve a actuar de una determinada manera y si ese actuar nuestro es la respuesta a tanto amor del Señor», cuestionó don Gerardo, invitando a todos los sacerdotes a que el amor sea el motor de su vida: «Dejemos que el amor de Dios y el amor a Dios inunde toda nuestra vida y encontremos la verdadera razón de nuestra entrega, de nuestro ministerio y de nuestro servicio a Él y a los hermanos».
Refiriéndose directamente a los que celebraban su jubileo sacerdotal, don Gerardo los felicitó en nombre de todo el presbiterio: «Os deseamos lo mejor en todos los sentidos […], os felicitamos de todo corazón y os deseamos que el Señor os siga dando salud y alegría sacerdotal para seguir siéndole fieles como lo habéis sido hasta ahora. Hoy es un día muy significativo porque una mirada atrás o hace recordar con cariño todo lo que habéis vivido […] y sobre todo el amor que habéis sentido de parte de Dios. […] Con vosotros queremos decirle al Señor: gracias por el amor que has derramado en ellos».
Nuestro sacerdocio y nuestra entrega ministerial encuentran su razón de ser en el amor de Dios
«Vuestra historia y la de cada uno de nosotros como sacerdotes, tenemos que reconocerlo, es una historia de amor […]. La celebración de vuestras bodas sacerdotales nos recuerda a todos nuestra historia de amor y la pobre respuesta, tantas veces, de nuestra parte […]. Ha querido ser en todo momento una respuesta fiel. Nos unimos a vosotros y a vuestra acción de gracias. […] Ha sido mucha más la fuerza de Dios que la generosidad y la respuesta por nuestra parte. ¡Felicidades!», concluyó don Gerardo.
En el momento de la acción de gracias, al final de la celebración, tomó la palabra Antonio Guzmán Martínez, en representación de los que celebran su jubileo de diamante: él mismo, José Ballesteros Poveda y Jesús Mayorga Privado. Guzmán explicó su ordenación, un 18 de marzo de 1961, en la catedral. Como esta ordenación fue anterior a la renovación litúrgica del concilio, recordó algunos detalles, como que llevaban la casulla recogida con alfileres al comienzo de la celebración o que, tras la unción, algún familiar ataba sus manos con una cinta.
Durante su intervención, pidió perdón por si alguna de sus acciones «había entorpecido el progreso del Reino de Dios», a la vez que pidió oraciones por todos, para «que cada día renovemos nuestra entrega, nos mantengamos fieles hasta el final y estemos útiles para poder seguir colaborando con la Iglesia y con la diócesis».
Por su parte, Isidro Martín-Consuegra Montealegre habló en nombre de los que celebran sus bodas de oro, Lorenzo Trujillo Díaz y Tomás Villar Salinas; además del que hace sus bodas de plata, Miguel Ángel Jiménez Salinas. Dio «gracias a Dios, de quien proceden todos los bienes, empezando por el más grande de todos, el bautismo». De igual modo, agradeció a todos aquellos que los han acompañado en el ejercicio de su ministerio. «Ha merecido la pena. El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres. Bendito sea Dios, que nos ha bendecido y enriquecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales, a Él la gloria y el honor por los siglos», concluyó.
Después de estas intervenciones, don Gerardo entregó una estola a cada uno de los que celebraron su jubileo.