La Puerta del Perdón de la catedral de Santa María del Prado se rodeó el pasado sábado por cientos de catequistas de toda la Diócesis, que esperaron la entrada del obispo a la catedral para pasar por la puerta y celebrar el Jubileo de la Misericordia.
La Eucaristía jubilar llenó el templo catedralicio, que se quedó pequeño para la acogida de cientos de catequistas de la Diócesis. El obispo, en su homilía, los animó a continuar con su misión, anunciando a Cristo y llevándolo a tantos niños, jóvenes y adultos que necesitan de la compañía y enseñanza del catequista.
Monseñor Melgar explicó cómo, en la actualidad, la familia no es siempre garantía para la transmisión de la fe, de manera que el trabajo de los catequistas se hace aun más necesario. No son sustitutos, pero en muchos casos sí son el único medio por el que la fe llegará a los catecúmenos.
Tras la homilía, el obispo envió a la misión a los catequistas, entregando después a uno de ellos, en representación del grupo, la Palabra de Dios y un catecismo: dos herramientas habituales en la labor de estos voluntarios, que entregan su tiempo cada semana para la transmisión de la fe.
En palabras de Antonio Ruiz Pozo, sacerdote delegado de Catequesis en la Diócesis, esta celebración ha sido «una buena ocasión para reconocer y agradecer la generosidad, la disponibilidad y los esfuerzos que los catequistas realizan para llevar a cabo una de las tareas más importantes que puede acometer un creyente: ayudar y acompañar a otros en el camino del crecimiento en la fe, ponerse al servicio del anuncio del Evangelio en el difícil mundo de hoy».