El delegado de Misiones de la diócesis, Damían Díaz Ortiz, explica en este artículo el sentido de la Jornada de la Infancia Misionera de este año, en el que se subraya la familia como lugar de crecimiento para la misión.
La tercera etapa del itinerario que estamos proponiendo a nuestros niños, para acompañar a Jesús Niño a la Misión, pasa por Nazaret. Es la etapa más larga de la vida de Jesús, el Hijo de Dios encarnado. Él, como cualquier niño, creció, desarrolló sus cualidades, descubrió su vocación, se formó en los valores fundamentales para la existencia humana, en el seno de una familia.
Por eso esta etapa es muy importante para la educación y formación de nuestros niños. Ellos también han recibido el amor, han sido protegidos en su desvalimiento, han aprendido a relacionarse con los otros, en el seno de su familia. Y este año la Infancia Misionera nos da la oportunidad de recordarlo y agradecerlo.
Pero además, en el seno de la familia también se aprenden valores tan importantes como el servicio, la solidaridad, el perdón, la gratuidad, la entrega. Que, por cierto, son valores eminentemente misioneros.
Por eso, este año la Jornada de la Infancia Misionera nos invita a dirigir nuestra mirada no sólo a nuestros niños, sino también a nuestras familias, invitándoles a vivir los valores más fundamentales cristianos, y a proyectarlos hacia el mundo entero, en un ejercicio de universalidad y amor solidario.
En medio de esta pandemia, como ya hicimos con ocasión del Domund, reinventamos nuestra generosidad para apoyar a nuestros niños en su espíritu misionero, y para hacer llegar a los misioneros la ayuda que necesitan, para llevar alegría, ilusión y esperanza a los niños de todo el mundo.
Damián Díaz Ortiz