Carta del obispo por el Día del Seminario

Don Gerardo Melgar, obispo de Ciudad Real, escribe una carta especial aparte de las que redacta semanalmente refiriéndose a la próxima solemnidad de la Inmaculada, cuando este año celebramos el Día del Seminario con el lema Pastores misioneros.

Solemnidad de la Inmaculada y Día del Seminario

Pastores misioneros. Con este lema celebramos este año 2020, el Dia del Seminario que, debido a la pandemia, no pudimos celebrar lo el 19 de marzo, fiesta de San José. Por ello lo hemos retrasado hasta este día de la fiesta de la Inmaculada, encomendando a nuestra madre, la Virgen María, las vocaciones sacerdotales que necesitamos.

Dada la situación vocacional de la Iglesia, y también de nuestra Iglesia de Ciudad Real, hemos creído conveniente dedicar este curso pastoral, como objetivo prioritario de la Diócesis, al tema del Seminario y la promoción de las vocaciones sacerdotales.

Para ello, nos proponemos animar a todas las parroquias a rezar por las vocaciones sacerdotales los primeros jueves de cada mes a partir de enero de 2021, y los últimos jueves para pedir por las familias, para que sean realmente lo que han sido siempre, semilleros de vocaciones desde las que surjan y maduren las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

Nos proponemos al mismo tiempo, empeñándonos todos los agentes de la pastoral, —sacerdotes, catequistas, familias y comunidades— en el cultivo y promoción de las vocaciones sacerdotales, haciendo nuestra propuesta explicita y clara a jóvenes que podamos ver con posibilidades de que esta sea su propia vocación.

Si nos preguntáramos por las causas más importantes de esta situación vocacional de la Iglesia hoy, la respuesta sería muy compleja porque muy compleja es la situación de la sociedad, de la familia y del cristiano actual.

La disminución, e incluso la falta de vocaciones sacerdotales en la Iglesia actual, es clara, pero no es menos clara la gran importancia de las mismas y siempre en las comunidades cristianas, para que estas crezcan y maduren en su fe y se conviertan en comunidades evangelizadas y evangelizadoras.

Si nos preguntáramos por las causas más importantes de esta situación vocacional de la Iglesia hoy, la respuesta sería muy compleja porque muy compleja es la situación de la sociedad, de la familia y del cristiano actual. Eso no quita que que podamos explicar la situación de la disminución, e incluso carencia, de las vocaciones sacerdotales por unas causas concretas y que están teniendo un influjo especial en la situación vocacional, como pueden ser las siguientes:

A. Faltan vocaciones sacerdotales porque nos faltan comunidades cristianas auténticas, que entusiasmen, enamoren y provoquen un verdadero amor a Jesucristo y una entrega a los demás por el evangelio; comunidades que valoren a los sacerdotes y su labor tan importante en ellas.

Los pastores salen de las comunidades, no vienen llovidos del cielo sino que, además de la llamada de Dios, las comunidades, desde la vivencia madura de su fe, desde su valoración de los sacerdotes y su labor pastoral en ellas, suscitan vocaciones entregadas al anuncio del mensaje de Jesús y a la animación y maduración de la fe de los hermanos, como algo que llena plenamente sus vidas. La carencia de vocaciones sacerdotales y religiosas es un signo claro de la falta de fecundidad de las comunidades cristianas.

B. Faltan vocaciones sacerdotales, porque faltan familias que vivan su vida familiar desde la fe y que animen a sus hijos a plantearse si el Señor no les está llamando por el camino del sacerdocio, y con su entusiasmo y su testimonio apoyen el planteamiento vocacional de sus hijos por la vocación sacerdotal.

Los pastores salen de las comunidades, no vienen llovidos del cielo sino que, además de la llamada de Dios, las comunidades, desde la vivencia madura de su fe, desde su valoración de los sacerdotes y su labor pastoral en ellas, suscitan vocaciones entregadas

C. Faltan vocaciones sacerdotales porque, tal vez, los que hemos seguido y estamos siguiendo esta llamada al sacerdocio no lo vivimos con la alegría y el entusiasmo que debiéramos y nuestra vida así no entusiasma a otros a seguir por ese mismo camino.
Es desde esa fe de las comunidades, desde la realidad y existencia de familias cristianas y desde el testimonio feliz de los que somos sacerdotes, desde donde los jóvenes sienten la llamada de Dios a la entrega total de sus personas, sin reservas, dedicándose de lleno y en exclusividad al servicio de los hermanos, para suscitar, formar y alimentar la fe de los mismos.

El pastor, para que pueda realizar fielmente y con toda generosidad la misión que Cristo le ha encomendado, tiene que estar enamorado de la persona y del mensaje de Jesús. Lo mismo que Cristo le dijo a Pedro «apacienta mis ovejas», cuando él le manifiesta su amor, el pastor solo cuando está enamorado de la persona y del mensaje de Cristo puede ser verdaderamente un buen pastor que dedica toda su vida en exclusividad a cuidar y apacentar las ovejas que el Señor le confía, para que logren encontrarse con Él y seguirlo.

Los sacerdotes, por su consagración, están configurados con Cristo y son llamados a imitar al Buen Pastor que los ha consagrado y los ha llamado a imitarle y revivir en ellos su misma caridad pastoral. Así lo decía san Juan Pablo II en su exhortación apostólica Pastores dabo vobis: «En virtud de su consagración, los presbíteros están configurados con Jesús, buen Pastor, y llamados a imitar y revivir su misma caridad pastoral» (n.º 22).

Los sacerdotes, por su consagración, están configurados con Cristo y son llamados a imitar al Buen Pastor que los ha consagrado y los ha llamado a imitarle y revivir en ellos su misma caridad pastoral

Los pastores son enviados, como decía san Juan Pablo II «para llevar el mensaje salvador al corazón del mundo». Hacia este objetivo se dirige la oración que Cristo enseñó a los discípulos cuando les dijo: «Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (Mt 9, 38).

Los sacerdotes son enviados como misioneros porque toda la Iglesia es misionera. Ya desde el seminario los sacerdotes deben formarse como discípulos misioneros, enamorados del maestro, como pastores con «olor a oveja» que viven en medio del rebaño para servirle y llevarle la misericordia de Dios.

Ambas tareas de ser pastor y ser misionero forman una misma realidad y ambas se complementan y no se entienden la una sin la otra. El sacerdote debe apacentar a su pueblo, a los que están cerca, pero siendo también pastor, misionero y portador del mensaje salvador de Cristo a todos los hombres, estén en la situación que estén, especialmente llegando a las periferias de la vida.

Pidamos al Señor que siga suscitando jóvenes, discípulos enamorados de Cristo y su mensaje, porque si no hay discípulos enamorados, no puede haber sacerdotes ni pastores entregados, ni jóvenes que sientan cada día la llamada de Dios a pastorear al pueblo viviendo su consagración, y siendo en todo momento portadores del evangelio por todo el mundo.

+ Gerardo, obispo prior de Ciudad Real