Una esperanza agrietada

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La vida no es una sucesión lógica ni matemática, tampoco un caos de acontecimientos «sin pies ni cabeza»; está salpicada de eventos, a veces previsibles y siempre novedosos, ante los cuales la libertad de intervención y sobre todo la capacidad de interpretación tienen su incidencia.

Algunos acontecimientos son consecuencia de nuestras acciones, mientras otros representan un reto a nuestro actuar por su carácter sorpresivo. Una lectura creyente de la realidad nos alentará a estar más atentos a ‘ver lo que pasa’, para descubrir no sólo como paliar sus efectos sino también como atajar aquello que los causa.

Sólo la esperanza rompe los «círculos de confort» que hemos construido entorno a nuestras seguridades adquiridas. Pero se trata de una «esperanza agrietada», encarnada en nuestra situación personal y social, herida por nuestras deficiencias, debilidades o prepotencias. Y, por tanto, necesitada de aliento espiritual y de acompañamiento comunitario.

Qué importantes son las «heridas del alma», sobre todo cuando son fruto de nuestra dedicación para con los pobres. Me refiero a esa «caridad curtida» por multitud de avatares solidarios: a veces interesada sólo por quedar bien, otras veces evasiva para evitar complicaciones, en ocasiones decepcionada por no cumplirse las expectativas, … pero siempre bienintencionada.

Se trata, en definitiva, de actualizar aquél «corazón quebrantado y humillado» que busca rehabilitarse para continuar entregándose, tal como reza el salmo 50: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti».

Resistirse al cambio, apelando a lo mejor del tiempo pasado, es condenarse al fracaso de «inutilizar los odres viejos y perder el vino nuevo». Tampoco parece que sirva de mucho rendirse a cualquier novedad que aparezca sin calibrar sus posibles deficiencias. La cuestión radica, más bien, en mirar la realidad con los «ojos del corazón», para elegir las mejores posibilidades de hacer el bien y apostar en consecuencia por las formas más adecuadas de conseguirlo.

Precisamente porque la esperanza no es lanzarse ingenuamente a la aventura; requiere humildad para escuchar, valentía para emprender y algo de astucia para acertar con lo más conveniente.

Cáritas