La asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos es un dogma vivido por las comunidades cristianas antes de que fuera oficialmente definido por el papa Pío XII. Ya a partir del siglo cuarto la liturgia cristiana de las comunidades canta la dormición, el tránsito, la glorificación, la pascua de María.
La Asunción de María fue definida como dogma por el papa Pío XII el día 1 de noviembre de 1950 en la constitución apostólica Munificentissimus Deus, lo hace con estas palabras: «Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial».
El papa Pablo VI en su exhortación Apostólica Marialis cultus, nos ofrece el sentido y el mensaje de esta solemnidad: «La asunción de María es la fiesta del destino de plenitud y de bienaventuranza; de glorificación de su alma y de su cuerpo virginal; de su perfecta configuración con Cristo resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final, pues dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos, teniendo en común con ellos la carne y la sangre»(Hb 2, 14; Cfr. Gál 4,4)
María en el misterio de su Asunción a los cielos es figura y primicia de la iglesia, que un día será glorificada, ella es consuelo y esperanza del Pueblo de Dios que peregrina en esta tierra.
La fiesta de la Asunción es una invitación a no mirar tanto al suelo y a elevar nuestros ojos, nuestra mirada, pensamiento y corazón al cielo, que es nuestro destino.
La celebración de la Asunción de María nos hace una llamada especialmente significativa en medio de este mundo materialista que solo ve de tejas para abajo, a mirar al cielo como nuestro último y auténtico destino y lo hace a través de la figura de María que ha sido glorificada definitivamente en cuerpo y alma junto a Dios en el cielo.
La Asunción de la Virgen significa la celebración del triunfo definitivo de nuestra Madre la Virgen María, que ya reina con Cristo para siempre, y nosotros sus hijos nos alegramos de su triunfo y nos sentimos especialmente contentos y alegres por ella.
Nuestra alegría, además, se funda en que su glorificación por parte de Dios, es anticipo y anuncio de la gloria que nos espera a todos los redimidos por Cristo si somos capaces de recorrer esta vida como peregrinos que saben que su verdadero destino no es este mundo, sino la vida eterna.
Decía Pablo VI en la exhortación apostólica Marialis cultus 57: «La Virgen contemplada en su vicisitud evangélica y en la realidad ya conseguida en la Ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra tranquilizadora: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte».
Hemos de celebrar, con verdadera alegría y gozo auténtico, la fiesta de la Asunción de la Virgen María, porque al contemplar la gloria de la Madre del Señor y nuestra madre, sobre la que brilla la luz de la Pascua, celebramos el poder de Dios.
La glorificación de María es fundamento de nuestra esperanza porque nosotros esperamos que su destino será también el de cuantos hemos sido redimidos por la muerte y la resurrección de Cristo.
Acojámonos a su protección para que nos ayude a vivir nuestra vida desde la fe y desde el plan de Dios sobre nosotros, como ella hizo, y digámosle llenos de confianza y esperanza: Bajo tu protección y amparo nos acogemos, no deseches las suplicas de los que estamos en peligro y líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita, para que un día podamos gozar contigo de la felicidad eterna en el cielo.
+ Gerardo Melgar
Obispo prior de Ciudad Real