Del 3 al 13 de agosto, treintaicuatro jóvenes de la parroquia de San Pedro, de Ciudad Real, han peregrinado a Roma, a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo. Si en Jerusalén comienza la vida de la Iglesia con la venida del Espíritu, es Roma el lugar desde el que se irradia esa la misma fe a todos los confines del mundo y por los siglos.
Comenzaron la peregrinación en autobús en dirección a Milán. Esa fue su primera parada. Celebraron la eucaristía en el Duomo de Mián. Así se conoce popularmente a la Catedral de esa archidiócesis, donde rezaron ante la tumba de san Ambrosio, maestro de san Agustín. Desde allí continuaron camino hacia Asís, el lugar de san Francisco. Allí le pide el Señor que reconstruya su Iglesia. Pidieron los peregrinos la intercesión por la Iglesia a san Francisco y santa Clara de Asís. Concluyó el día ya con la llegada a Roma. Seis días tenían por delante.
Primero, oración en las cuatro basílicas: San Pedro, Santa María la Mayor, San Pablo extramuros y San Juan de Letrán, que es la Catedral de Roma y, por tanto, la iglesia del Papa y no, como mucha gente cree, San Pedro en el Vaticano. También han celebrado la eucaristía en las catacumbas y rezado bien sostenidos en la sangre de los mártires que ha de ser constantemente semilla de nuevos cristianos.
Una peregrinación que siempre es motivada por la fe, pero a la que tampoco le falta el enriquecimiento espiritual desde la belleza y la cultura. Por eso, visitando distintas iglesias y monasterios, pudiendo contemplar infinidad de obras de arte como Roma puede ofrecer o subiendo a la cúpula de la basílica de San Pedro.
El domingo 11 de agosto han asistido a la misa de coro en San Pedro, en el Vaticano, y han rezado el Angelus como el papa Francisco que ya había reanudado sus actos públicos después de unos días de descanso. Allí, minutos antes, dos de los monitores de los scouts realizaron la promesa.
Acabados los días en Roma retomaron la vuelta, parando en Barcelona. Allí celebraron la eucaristía en la Sagrada Familia, vieron la Catedral y Santa María del Mar. Desde allí comenzó el viaje de regreso a Ciudad Real.
Once días con miles de kilómetros. Once días de fe y de experiencias vividas, de contemplar la universalidad de la Iglesia, de recorrer una parte de Roma, y de unir al grupo bajo la bendición de tantos grandes santos.