En este mes de octubre celebramos cada año el Día del Catequista, celebración desde la que, repetidamente, recibimos la llamada especial de parte del Señor a «Ser creyentes y transmisores de la fe».
San Pablo nos puede servir de ejemplo en quien fijarnos, para lograr ser unos auténticos catequistas, porque él es modelo de creyente y prototipo como transmisor de la fe.
Todo cuanto Pablo va a transmitir a las iglesias, va a ser su propia experiencia:
• Cuando habla de las dificultades para seguir a Jesús, son las suyas: el hambre, la desnudez, el peligro la espada.
• Cuando habla de cómo vencer todas las dificultades, nos muestra su experiencia: en todo esto fácilmente vencemos por Aquel que nos ama. «Te basta mi gracia» (1Cor 12, 9).
• Si habla del amor que Dios nos tiene, explicita su propia experiencia: «Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2, 20).
La experiencia vivida, la fe que él tiene en el Señor, le quema de tal manera su corazón que no puede menos de comunicarlo a los demás: «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe» (1Cor 9, 1).
A nosotros, nuestra fe y nuestra condición de catequistas nos supone y exige dos actitudes importantes: una primera, ser nosotros auténticos discípulos, seguidores de su persona y su mensaje, de su estilo de vida, porque nadie puede dar lo que no tiene.
El discipulado supone una conversión constante en nosotros para responder positivamente y poder continuamente renovar nuestra fe y que esta sea realmente viva.
Una segunda es ser misioneros, apóstoles y transmisores de nuestra fe, de nuestro estilo de vida a los demás, porque una experiencia así necesariamente nos debe llevar a comunicarla a los demás.
Ambas actitudes nos piden una renovación constante de nuestra fe personal, porque solo desde una fe viva, renovada y transformadora, podemos ser, realmente, apóstol y misionero; solo desde mi experiencia de fe, puedo comunicar el mensaje de Cristo a los que trato de catequizar; solo desde una fe viva y transformadora, puedo ser un auténtico catequista.
La dificultad que sentimos en nuestro ser catequistas, no está tanto ni solo en los demás, aunque también; pero, sobre todo, está dentro de nosotros mismos, está en nuestra manera de vivir personalmente la fe. Los que reciben nuestra catequesis, perciben nuestra fe débil y no se entusiasman por el seguimiento de Jesús porque no nos ven entusiasmados a nosotros; nuestra vida cristiana no molesta a nadie, pero no atrae a nadie tampoco.
Como catequistas, hemos de renovar nuestro compromiso, nuestra audacia, nuestra esperanza y nuestra fe en lo que hacemos. Para eso es necesario renovar profundamente nuestra identidad de seguidores y discípulos de Jesús; renovar nuestra ilusión, el sentido de nuestra tarea, nuestra conciencia de la llamada que el Señor nos hace; sentir, de verdad, que somos necesarios y convencernos de que nuestra misión y nuestra tarea es muy importante y que la tenemos que llevar adelante con todo el empeño y de la mejor forma que sepamos.
Que Dios os bendiga y os ayude a poner lo mejor de vosotros mismos, al servicio de Dios y de los demás, desde vuestra identidad de catequistas, siendo vosotros verdaderos seguidores de Cristo, y desde vuestra fe, transmitáis a los demás vuestra experiencia de creyentes, unida al mensaje salvador de Cristo.
+ Gerardo
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