En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Pero él le contestó, diciendo: Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice: Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras. Jesús le dijo: También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios.
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: Todo esto te daré, si te postras y me adoras. Entonces le dijo Jesús: Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto.
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían. Mateo 4, 1-11
¡Conviértete, Iglesia, y disponte al Paso, a la Pascua del Señor! Disponte a renovar e intensificar tu condición bautismal, sin miedo a tu propia mortificación y muerte, y con la esperanza de una primaveral resurrección. Déjate, para ello, conducir por el Espíritu a un silencioso y elocuente desierto de oración penitencia y ayuno, sin temer la tentación y a la espera confiada de renovadas superaciones de ti misma gracias a Cristo tentado y triunfante.
Bien sabes, Iglesia, que necesitas afrontar con humildad y fortaleza tu propia condena, subir al calvario de los hombres y sufrir la crucifixión de tu humanidad vieja y pecadora. Es la condición previa e indispensable para que, de tus propias cenizas penitenciales rebrote la hoguera expansiva de Cristo resucitado, tras haber hecho el Espíritu saltar, del pedernal de tu corazón de piedra, la chispa milagrosa con la que hacer fuego nuevo y reencender el Cirio Pascual de tu Señor Jesús.
Bien sabes que necesitas una eficiente y drástica metanoia penitencial y llegar si preciso fuere hasta la sangre, para celebrar en parturiente vigilia la Pascua eterna y venidera del Señor. No en vano tienes ya la sangre de Cristo, introducida en tu corazón creyente, que ahora te toca a ti derramar para rociar con ella a tus hermanos consanguíneos, los hombres.
Necesitas, Iglesia, escapar de la opresión de cualquier faraón y caminar por el desierto de la vida, en proceso de liberación constante, hacia la Tierra Prometida donde celebrar la Pascua Eterna con hombres de toda clase y condición, de toda religión y lengua. Necesitas, Iglesia, que la austeridad consuma tu consumismo insolidario en beneficio de tantas personas holocaustadas por hambrunas y hambres de todo tipo, no pretendiendo convertir las piedras en pan sino ofreciendo, junto al Pan de la Palabra, tus panes y peces para posibilitar el milagro de la multiplicación y globalización de los bienes todos. Necesitas, Iglesia, liberarte de pináculos tentadores desde los que exhibir tus orgullos y publicitar tus excelencias, acreditando tu donada identidad con la gloria gratuita que Dios ha puesto de Sí en ti. Necesitas, Iglesia, descender cada vez más a la enaltecedora condición de sierva de siervos, sin adorar a nada ni a nadie más que a Dios y sabiendo que son todos los hombres ante los que tienes que arrodillarte para como Cristo lavarles los pies…
Para ello, no te dejes, Iglesia, seducir por ningún tipo de serpiente tentadora que te ofrezca otros árboles de bien y de mal, de muerte y de vida, desarraigados del Árbol de la Cruz donde estuvo clavado el nuevo Adán, él único y universal salvador del mundo.
Para ello, Iglesia, ponte en cuarentena, “cántate las cuarenta”. Déjate llevar por el Espíritu al espíritu cuaresmal, a un desierto interior de oración, ayuno y limosna. Vive la presente Cuaresma, introducida en un retiro ascético y contemplativo, sin ceder a las tentaciones del tener, del honor y del poder, de las que con Cristo y por Cristo saldrás victoriosa, más enriquecida de Palabra, más honrada y servida de Dios y más servidora de todos. Y no te olvides de hacer del desierto de la vida un oasis comensal en el que multiplicar para todos lo que eres y lo que tienes, concelebrando con los hombres tentados como tú la Palabra, el Pan y el Servicio, con dolor y fortaleza, con amor y con ternura.
Para ello, Iglesia, ¡conviértete más y cree más en el Evangelio!
Por Juan Sánchez Trujillo
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