Mayo es el mes de las flores, de la primavera. Es un mes cargado de celebraciones cristianas entrañables: primeras comuniones, confirmaciones de los hijos, bodas.
Un mes en el que todo luce de una manera especial y los campos se visten de verde esperanza, que auguran una cosecha espléndida.
Es el mes de la madre recordamos a la madre del cielo y también a nuestras madres de la tierra, a las que honramos de manera especial, los que ya no la tenemos junto a nosotros y los que aún tenéis la suerte de disfrutar de su compañía y su cariño, ese día le demostráis especialmente vuestro amor y le regaláis unas flores como prueba de vuestro amor, o cualquier otro detalle, porque es su día, el día de la madre, de la del cielo y la de la tierra.
Mayo es el mes de María. ¿Cómo no recordar aquella canción que hemos cantado todos los cristianos hace unos años y que, hoy, por desgracia, tal vez muchos no la han aprendido y a otros les parece una cursilería cantarla: «Venid y vamos todos con flores a porfía, con flores a María, que madre nuestra es».
El mes de mayo es el mes de María. En él actualizamos y refrescamos en nuestro corazón el significado que, para nosotros, como creyentes, tiene María, y que nos da la oportunidad de actualizar en nosotros:
María como Madre de todos. María es nuestra madre. Nos la dio como madre su propio hijo cuando estaba en la cruz: «Mujer, ahí tienes a tu hijo; hijo, ahí tienes a tu Madre».
María es nuestra mejor madre y, como madre, cuida de sus hijos, le preocupa todo cuanto nos sucede, bueno o malo, está a nuestro lado y nos consuela como la madre toma en sus manos al hijo pequeño que se ha caído y se ha hecho una herida.
María nos cuida siempre y nos ayuda en todo lo que necesitamos. Ella nos ayuda a vencer la tentación y conservar el estado de gracia y la amistad con Dios para poder llegar al cielo. María es la Madre de la Iglesia y, por lo mismo, de todos y cada uno de los cristianos.
Recuerdo con mucho cariño las palabras de san Rafael Arnáiz, el hermano trapense, que fue canonizado por el papa Benedicto XVI el 11 de octubre de 2009, cuando hablaba de la Virgen, su Virgen de la Trapa, con la que se desahogaba, a la que hablaba continuamente y le contaba todas sus dolencias y preocupaciones. Es la misma madre a la que recurrió cuando se sintió tentado y, gracias a ella, logró vencer la tentación en algún momento bien concreto.
El mes de mayo es un momento privilegiado para ser conscientes de la maternidad de María, para ser conscientes de que somos sus hijos y nos quiere como la mejor de las madres. Está pendiente de nosotros y a ella podemos recurrir siempre que la necesitemos, convencidos de que va a atender nuestras necesidades.
El mes de mayo es un mes propicio para reflexionar en las principales virtudes de la Virgen María como modelo para nosotros y para nuestra vida: María fue una mujer humilde, es decir, sencilla; generosa, se olvidaba de sí misma para darse a los demás; amaba y ayudaba a todos por igual; era servicial, atendía a José y a Jesús con amor; vivía con alegría; era paciente con su familia; sabía aceptar la voluntad de Dios en su vida, anticipando lo que Dios le pedía a todo lo que ella pudiera planear para sí misma. María es un verdadero modelo de creyente.
El mes de mayo es un mes especialmente significativo para reavivar la devoción a María: mirar a María como a una madre, hablar con ella todo lo que nos pasa, lo bueno y lo malo. Saber acudir a ella en todo momento. Demostrarle nuestro cariño: hacer lo que ella espera de nosotros y recordarla a lo largo del día y a través de toda nuestra vida.
El mes de mayo es un mes especialmente propicio para rezar a María en familia las oraciones especialmente dedicadas a ella.
Aprovechemos este mes de mayo para centrar nuestro corazón en la persona y en las virtudes de María, teniéndola siempre como madre, como modelo y como alguien a quien hemos de rezar y recurrir en nuestras necesidades. Para que ella las atienda intercediendo ante su hijo por nosotros, como lo hizo en las bodas de Caná.
+ Gerardo
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