Lucía, virgen y mártir

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    Según la tradición hagiográfica, Lucía es una noble muchacha de Siracusa, Italia; martirizada el 13 de diciembre durante la persecución de Diocleciano, en el año 303. 

    Cuenta la tradición que Lucía estaba prometida a un paisano suyo. Ella, que era devota de Águeda, va un día en peregrinación a Catania, con su madre, para pedir su curación ante el sepulcro de la santa. Durante la celebración del rito, las dos mujeres escuchan el fragmento evangélico donde se narra el episodio de la hemorroísa, que se cura al tocar el manto de Cristo. Lucía, después de haber exhortado a tocar con fe el sepulcro de la mártir, tiene una visión en que Águeda le comunica la curación de su madre y su futuro martirio. 

    De vuelta a Siracusa, decide renunciar a sus bienes para dárselos s los pobres. El prometido la acusa entonces de cristiana ante el gobernador Pascasio, que la arresta y conduce al tribunal. Amenazada y halagada de diferentes maneras, Lucía no renuncia a su propósito, por lo que el gobernador ordena que sea llevada al lupanar antes de ser martirizada. Pero nada logra hacerla desistir, tampoco tienen efecto sobre ella el aceite y la pez hirviendo. Condenada entonces a ser martirizada allí mismo, profetiza, antes de morir, que será santa y protectora de Siracusa. 

    La conexión de Lucía con los ojos, que la hace protectora de la vista, es explícita en la iconografía de la Edad Media. Quizá derivada del acercamiento entre su nombre griego (Lucía) y el latino (lux: luz). Además, desde el s. XIV en adelante, se la representa como ciega, con la taza o plato en que se encuentran sus ojos. Listado completo de Santos