Blas, obispo y mártir

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    Es este un santo que goza de gran popularidad. En todo el mundo se le tiene por protector y remedio de casi todos los males. Su devoción es muy antigua. En muchos sitios se erigieron templos en su honor. Se dice que, en Roma, hubo hasta cincuenta. 

    En esos templos y fuera de ellos, los artistas desarrollaron un amplio ciclo iconográfico, basado en los rasgos del martirio y en los milagros del santo, según las leyendas. 

    Hoy, aún nos sirve este santo de hito cronológico cuando decimos: "para S. Blas, la cigüeña verás". Y todavía se conserva en España, Italia y Francia la costumbre de bendecir y distribuir en su fiesta los panecillos de San Blas, y, en otros sitios, bendecir las semillas. 

    San Blas fue obispo de Sebaste, en Armenia, en el s. IV. Y fue martirizado, probablemente, en tiempos del emperador Licinio. 

    Huyendo de la persecución, se retira al campo y se oculta en una cueva, donde cura a los animales enfermos con la señal de la cruz. 

    Descubierto por cazadores, y encarcelado, curará milagrosamente a un niño agonizante a causa de una espina clavada en su garganta. (Por eso, será abogado contra las enfermedades de garganta.) Recuperará para una pobre mujer el cerdito que le arrebatara un lobo, llevándole a la agraciada comida y candelas: comida y candelas que solemnizarán después la fiesta del santo y se repetirán en la iconografía. 

    Por fin, morirá decapitado, pero no sin haber sido sometido al tormento con peines de cardador. Será, por eso, patrón de cardadores. 

    Hermosas leyendas fruto y estímulo de una piedad ingenua, pero sincera, que sirvieron de fuente inspiradora artística. Una realidad siempre actual: bienaventurado el pobre que pone su confianza en el Señor, aunque sin descuidar -claro está- colaborar con el humilde esfuerzo personal. Listado completo de Santos