82 aniversario del martirio del obispo Estenaga

Hoy, 22 de agosto, se cumplen ochenta y dos años del martirio del que fuera obispo prior de Ciudad Real, Narciso Estenaga, en 1936.
Estenaga fue beatificado en Roma, el 28 de octubre de 2007, junto a otros once mártires de nuestra Iglesia de Ciudad Real. Sus restos yacen ahora, junto a los de su secretario, Julio Melgar, martirizado junto a él, bajo el altar de la Catedral de Santa María del
Prado.

Desde los primeros siglos del cristianismo, el martirio se ha entendido como un grado máximo de seguimiento de Cristo. La configuración con la persona de Jesús lleva a los santos a entregar su vida, pero no solo como Jesús lo hizo, sino por Él.
Por esto, para la Iglesia de Ciudad Real es una gracia contar entre sus mártires con el pastor de la Diócesis, que no quiso dejar a su rebaño solo, sino que continuó en nuestra tierra dando su vida como el primero de los perseguidos: «Precisamente ahora que los lobos rugen alrededor del rebaño, el pastor no debe huir; mi obligación es permanecer aquí». No se trata de valentía sino de entrega, de fe y de testimonio. Además, unido al perdón hacia sus asesinos, convierten a Estenaga en un referente para siempre en nuestra Iglesia.

Huérfano de padre y madre (jornalero y lavandera, respectivamente), fue llevado primero a Vitoria y luego a un colegio para huérfanos en Toledo, fundado por Joaquín de Lamadrid (que también sería martirizado en el mes de agosto de 1936), que quedó impresionado por la viva inteligencia del niño. Lamadrid le consiguió una beca en el Seminario de Toledo, graduándose en Derecho con brillantez y siendo ordenado sacerdote en 1907. Además del derecho, sentía predilección por los temas históricos y los relacionados con el arte. Debido a sus talentos fue pronto nombrado canónigo por oposición de la catedral primada. Cuatro años después, en 1913, fue promovido a arcediano de dicha catedral de Toledo.

Narciso Estenega Echevarría fue amigo y confesor del rey Alfonso XIII. Después de quince años de ministerio sacerdotal, el monarca lo eligió como obispo-prior de las Órdenes Militares (Ciudad Real), el 20 de noviembre de 1922, cuando contaba con cuarenta años de edad. El propio rey le invistió como caballero de la Orden de Santiago. Fue consagrado obispo en Madrid el 22 de julio de 1923 por el cardenal Reig, primado de España, actuando como padrinos el conde de Guaqui y la duquesa de Goyeneche. El 12 de agosto hizo su entrada en Ciudad Real. Intervino en el Congreso Catequístico Nacional de 1929, celebrado en Granada, en el Ibero-Americano de Sevilla y en el Eucarístico de Toledo.

Era correspondiente de la Real Academia de la Historia y de la de Bellas Artes de San Fernando, académico de número y director de la Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, caballero del hábito de Santiago y caballero de la belga Orden de la Corona. Dominaba varios idiomas y fue autor de varias obras, entre ellas una historia de la catedral de Toledo que dejó inconclusa. El presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, le encargó, en abril de 1936, el Elogio fúnebre de Lope de Vega, con motivo del tercer centenario del fallecimiento del Fénix de los Ingenios.

Cuando estalló la Guerra Civil se produjo una situación equívoca. El gobernador civil de Ciudad Real, Germán Vidal Barreiro, partidario de Casares Quiroga, promovió la moderación, pero no impidió las matanzas realizadas por milicianos. A pesar del peligro, el obispo decidió permanecer en su diócesis. Cuando los contingentes de la Guardia Civil que había en la ciudad fueron trasladados a Madrid, el obispo quedó a merced de los radicales de extrema izquierda. El 5 de agosto los milicianos asaltaron y registraron su palacio. El 13 de agosto fue obligado por la fuerza a abandonar su morada, junto con su capellán, Julio Melgar, instalándose en casa de un amigo, Saturnino Sánchez Izquierdo (quien posteriormente también sería asesinado).

En la mañana del 22 de agosto los milicianos se llevaron a la fuerza al obispo y a su capellán, que no opusieron resistencia. Conducidos a las cercanías de Peralvillo del Monte, a orillas del Guadiana, a ocho kilómetros de Ciudad Real, fueron asesinados a tiros. El punto exacto del fusilamiento está en la actualidad en el término municipal de Miguelturra y ligeramente sumergido por el embalse de El Vicario sobre el río Bañuelos, a 500 m. de su desembocadura en el Guadiana. En la orilla se levantó por la organización Acción Católica Española un memorial que recuerda los hechos. Los cadáveres fueron encontrados al día siguiente, y trasladados al cementerio de la ciudad, siendo enterrados en la sepultura del Cabildo de la Catedral. Su cadáver fue traslado a la Catedral el 10 de mayo de 1940 donde inicialmente reposaron bajo una lápida a los pies de la escalinata del altar mayor con un resumen de lo ocurrido escrito en latín, y actualmente bajo el altar del la capilla mayor, junto con los restos de su secretario.