Las tentaciones en el desierto

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    El evangelio de este primer domingo de Cuaresma nos habla de las tentaciones a las que fue sometido el Señor en el desierto: Tentación de materialismo: «Haz que estas piedras se conviertan en pan». Tentación de ostentación y apariencia: «Tírate de aquí abajo». Tentación de idolatría: «Todo esto te daré si postrándote me adoras».

    Tres tentaciones en las que el hombre actual, en vez luchar por vencerlas como hizo Jesús, ha caído, y se ha dejado, y se está dejando llevar por ellas.

    El materialismo, que hace valorar solo lo material como único y más importante valor. 
    Hoy nos encontramos con muchas personas que somos se mueven por lo material, por lo que le va a rentar hacer o no hacer. 

    Un materialismo que olvida y destruye todos los demás valores morales y espirituales, porque estos no importan con tal de tener más y vivir mejor.

    Si, para lograrlo, tiene que pasar por comportamientos que se dan de tortas con sus convicciones más profundas, no importa; si se tiene que olvidar de los valores religiosos o ser indiferente a ellos, no lo duda; porque vive de la filosofía materialista de que «tanto tienes, tanto vales».

    La ostentación y la apariencia: estamos viviendo en una sociedad que vive de la filosofía de la fachada, de la buena imagen, de parecer lo que no se es. No importa tanto lo que soy cuanto lo que los demás piensan que soy. Por eso, se cuida tanto la imagen: desde los políticos, de cuya imagen dependerán los votos que obtengan, como de los demás, que no nos preocupa tanto lo que somos, sino lo que queremos que los demás piensen que somos.

    La idolatría: El hombre actual es indiferente a Dios y lo que Dios debería significar en su vida, y se ha constituido a si mismo el auténtico Dios que dicta las normas, y así hacer lo que quiera; y se ha dejado esclavizar por el poder, el tener y el gozar, constituyéndolos en auténticos dioses de su vida, a los que sirve y rinde su culto más sincero.

    La Cuaresma, queridos diocesanos, es ese tiempo propicio para poner cada cosa en su sitio y dejar que Dios sea Dios, y que las demás cosas estén al servicio del hombre y de su armonía personal, pero sin esclavizarnos.

    La Cuaresma nos hace una llamada a la autenticidad de nuestro ser personal y creyente, a abandonar cuantas actitudes farisaicas se den en nuestra vida, para vivir desde la coherencia y la autenticidad de tal manera que nuestra vida pueda convencer verdaderamente y realmente a todos cuantos nos ven vivir y actuar.

    La Cuaresma es ese tiempo de abrir nuestro corazón y nuestra vida para que Dios entre en nosotros, para acoger el mensaje misericordioso de Dios que nos llama a la conversión y a la vivencia mucho más auténtica de nuestra vida, desde la fe, una vida en la que Dios ocupe el puesto que le debe corresponder como Dios que es, quitando de nosotros todos esos ídolos a los que tantas veces rendimos nuestro culto más sincero, sustituyendo a Dios por ellos.

    No dejemos pasar un año más la Cuaresma sin pena ni gloria. Parémonos y seamos conscientes de las tentaciones a las que estamos sometidos y pongámonos en camino de conversión para lograr hacer un uso recto de los medios materiales, intentar vivir desde la autenticidad y la coherencia de vida, y poniendo todos los medios a nuestro alcance, para que Dios sea realmente nuestro Dios, el único que nos tiende su mano misericordiosa y nos ofrece su perdón, pero nos pide que Él ocupe el centro de nuestra vida.

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