Jornada de los emigrantes y los refugiados

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    Quiero saludaros desde este medio con afecto y cariño a todos los inmigrantes y refugiados que estáis en nuestro país y especialmente a los que estáis compartiendo vuestra vida con nosotros en Ciudad Real y su provincia.

    En este día en el que celebramos la Jornada de los Inmigrantes y Refugiados, quiero también desearos a todos los que habéis salido de vuestra tierra, por unas razones u otras, que encontréis entre nosotros lo que veníais buscando 

    En esta jornada vamos a tener muy presente en nuestra oración y en nuestra vida de fe a cuantos pasan por esta situación de inmigrantes y refugiados, para pedirle al Señor, que los que habéis tenido que salir de vuestra tierra que os vio nacer, que habéis abandonado patria, familia y todo lo vuestro en busca de una vida más digna, os encontréis bien acogidos por la gente de este país, y de esta provincia, y en concreto por parte de  todos cuantos tenemos contacto con vosotros. 

    Desde aquí, quiero agradecer el trabajo, la reflexión y la toma de postura común a favor de los inmigrantes y refugiados, a las diversas organizaciones eclesiales que trabajáis por la integración de cuantos viven fuera de su país, de su tierra y de su familia, y están viviendo junto a nosotros y necesitan de nuestra cooperación y ayuda. 

    Toda nuestra acción a favor de los inmigrantes y refugiados es un signo realmente elocuente de fraternidad y de comunión eclesial, el que juntos hagamos oír vuestra voz reclamando los derechos y la dignidad personal de todos y de cada una de las personas que han tenido que salir de su país en busca de una vida más digna.
    Nuestra gratitud a la Delegación Diocesana de Migraciones, a Cáritas Diocesana, a las Cáritas interparroquiales y  parroquiales, a las instituciones de vida consagrada que acogéis y atendéis a personas inmigrantes y las necesidades de los mismos, a las parroquias y a las asociaciones de carácter social.

    Nuestra preocupación y nuestro trabajo en favor de los inmigrantes y refugiados se convierten en la mano con la que la iglesia toca, cada día, la carne llagada de Cristo en los pobres, como dice el papa Francisco.
    Tenemos muy vivo aún el misterio de la Navidad, en el que hemos sentido muy cerca el misterio de la misericordia de Dios hecho cercanía, ternura y debilidad en el Niño de Belén  que se ha hecho hombre para que los hombres lleguemos a ser hijos de Dios.

    La escena bíblica de la huida a Egipto de Jesús en brazos de  sus padres durante la noche, seguro que ha revivido con dolorosa actualidad la estampa dramática e ingente de los emigrantes y refugiados, de padres y madres de familia con niños en brazos, obligados a escapar de su país para salvar su vida, asumiendo el riesgo de la inseguridad, de escapar a un país cuya lengua ignoran, de ser vistos como extraños y de quedar a merced de la generosidad de unos o de la desconfianza de otros.

    “Hospitalidad y dignidad”, dos palabras que resumen nuestra actitud de lucha a favor de los inmigrantes y refugiados. Que la hospitalidad y la dignidad sean el marco adecuado para reconocer, proteger y defender todos los derechos de los emigrantes y refugiados. 

    Todos debemos sentirnos llamados a cultivar la cultura del encuentro, y a lograr el respeto mutuo entre las diversas identidades culturales. 

    Hemos de cultivar en nosotros y entre nosotros la cultura de la solidaridad y de la inclusión con las personas migrantes y refugiadas, porque dicha cultura enriquece nuestras comunidades. Hemos de cuidar la hospitalidad como algo propio e identificativo de las comunidades cristianas, desde la cercanía vital a los más pobres, porque en la cercanía, acogida y ayuda a los más necesitados nos jugamos nuestra identidad como cristianos y seguidores de Jesús.

    + Gerardo
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