Las Bienaventuranzas

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    Las Bienaventuranzas son la carta magna que Jesús propone para sus discípulos. Llama la atención que su mensaje sea precisamente el contrario al que el mundo propone.

    La felicidad es algo a lo que todo ser humano aspira, es más, Dios nos ha creado no para que seamos infelices, sino para que seamos felices; pero es necesario ver dónde y en qué ciframos la felicidad y con qué medios queremos conseguirla.

    Frente a un mundo que pone la felicidad en la riqueza, en tener más y más y lucha solo por ello, el Señor nos dice felices, dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Pobre de espíritu es aquel que se siente necesitado de Dios y de los demás porque sabe que es una persona pobre y débil y necesita, por tanto, de ellos y no puede buscar otra cosa que no sea a Dios y a los demás para crecer y madurar armónicamente.

    Frente a un mundo que proclama el orgullo y la soberbia, Jesús propone un nuevo estilo de humildad y mansedumbre: dichosos, felices, bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra. La humildad es muy importante para el servidor de Jesús porque nos dice el Señor: «El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido»(Mt 23, 12).

    Frente a un mundo que no piensa nada más que en su egoísmo, en pasarlo bien incluso a costa de lo que sea, sin pensar en los demás; el Señor nos propone mantener una actitud de solidaridad en el dolor con los que sufren: saber prestar nuestro hombro para quien lo está pasando mal y que pueda llorar sobre él. Felices, dichosos, bienaventurados los que lloran porque serán consolados.

    Dichosos, felices y bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Es decir, dichosos los que buscan la voluntad de Dios sobre ellos, el plan de Dios, y lo cumplen. Justicia es sinónimo de santidad y esta bienaventuranza proclama la felicidad de los que viven desde la fe, desde lo que Dios les pide, son criticados, perseguidos y despreciados.

    Frente a un mundo que proclama el orgullo y la soberbia, Jesús propone un nuevo estilo de humildad

    El ser humano actual por ser de un mundo sin Dios, al que no le importa lo que Dios quiere de él, busca la felicidad al margen de Dios y Dios no le importa, porque cree que si es creyente no va a poder ser feliz, cuando realmente el que es feliz es el que es capaz de descubrir lo que Dios espera de él y vivirlo, porque eso le va a llevar mucho más que todos los placeres pasajeros y efímeros que ofrece el mundo.

    Frente a un mundo en el que el que la hace la paga y, si puede el doble, mucho mejor; Jesús propone el perdón y la misericordia con los fallos de los demás. Dichosos, felices y bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. El mismo Jesús nos decía en su mensaje: «La medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces» (Mc 4, 24). Por eso, si somos misericordiosos y perdonamos, también nuestro Padre Dios nos perdonará a nosotros.

    La felicidad es algo a lo que todo ser humano aspira, es más, Dios nos ha creado no para que seamos infelices, sino para que seamos felices

    Felices los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Frente a un mundo de mentira y trapicheo, de aprovecharse de las situaciones para enriquecimiento rápido; frente a  un mundo de apariencia, fachada, balcón e imagen, Jesús proclama para sus seguidores la autenticidad, la coherencia y la sencillez, la ausencia de dobleces y segundas intenciones.

    Frente a un mundo en el que reina la discordia, la guerra, la crítica destructiva de los demás, Jesús propone a sus seguidores, no solo vivir desde la paz con Dios y con los hermanos, sino ser creadores de paz y no de discordias entre los demás. Lo propone como tarea: trabajar por la paz entre los hombres. Dichosos, felices y bienaventurados los que trabajan por la paz porque ellos se llamarán los hijos de Dios.

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